Habría sido fácil aprovechar la excusa del verano para darse un aire y enredarse con uno de los tantos guapos desconocidos que se cruzaban en su camino. Pero ella lo tenía a él en mente, sentía que estaba allí, que le acompañaba por momentos, inclusive le parecía estar viendo como a veces la callaba con un beso como solía hacerlo.
Sin embargo los días de las vacaciones de verano transcurrían y parecía que el inclemente calor de la ciudad sólo estaba allí para desesperar a los porteños y paradójicamente para enfriar poco a poco los sentimientos y deseos de él.
El fin se acercaba y no era solamente el final de las vacaciones el que ella lamentaba; era como si todo hubiese estado dispuesto para durar lo justo, para que, como siempre, volviera a casa sola.
De regreso a casa sintió que el frio de su apartamento era más reconfortante que el intenso calor de aquella ciudad, la apaciguaba, le dejaba poner su mente en orden, podía ver entonces que las distancias geográficas son mínimas cuando las del alma se han vuelto abismales, que podía atravesar océanos si se lo proponía, pero no podía aproximarse a la rivera de la mente de aquel que había dejado que la arena le llenara los ojos y le cubriera los pies, ella no podría llegar allí y quitarle la sal de la piel, ni aunque se esforzara...
Se quitó entonces la arena de sus propios pies, cerró los ojos y se durmió...
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